MINKÚ
"LA NOCHE"
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"LA NOCHE"
EDICIONES: "CLÁSICA", "ILUSTRADA" Y "DE LUJO"
ARENA y sal, ambas te rodeaban por todas partes, eso y el ruido constante e hipnótico de las suaves olas del mar al descansar en tierra firme tras la dura y agotadora travesía por el océano profundo e inacabable que las había visto nacer. Una arena blanca y fina cubría tus manos y piernas, tu pecho y espalda, tu rostro situado bocabajo y toda tu cabeza rasurada. El olor y el sabor a salitre del mar bañaban tus labios resecos y tu garganta sedienta. Tus músculos no respondían, el interior de tu mente parecía también haberse llenado de aquella arena pegadiza y de aquel fuerte aroma a agua salada. Por fin abriste los ojos por primera vez en aquel nuevo mundo y también, por fin y por primera vez, respiraste su aire inmaculado. Descubriste al momento que no portabas ropa alguna, tal y como viniste al mundo ahora volvías a verte.
Al fin y al cabo, al nacer la piel es lo único que nos envuelve.
Así es como debe ser.
Con mucho esfuerzo, conseguiste ponerte en pie, primero una pierna, luego la otra. El sol brillaba con fuerza en lo alto, mas no hacía ni calor ni frío en aquel extraño lugar, en aquella hermosa playa virgen. Miraste a izquierda y a derecha, sorprendido con la belleza radiante de aquel lugar, de su mar tranquilo, de su cielo inmenso, de su fina arena y de la multitud de pinos bajos que hacían de frontera silenciosa entre el océano y la tierra del interior. Te miraste las manos, llenas de aquella arena blanca, y supiste al momento que no eran tuyas. Aquel lugar...
Silencio, eso era.
Sí, aquel lugar estaba vivo y no al mismo tiempo.
Descubrir aquella verdad hizo que, poco a poco, tu agradable sorpresa inicial se transformase en un mar de dudas, y las dudas dieron paso a un miedo primario, irracional, ingobernable.
Pura maldad.
Lo que habías sido durante tanto tiempo.
Entonces lo oíste por fin.
Era un sonido dulce, calmado y alegre, como el de niños pequeños jugueteando entre sí, que desvió tu miedo y tu mirada en dirección al interior de aquella playa, más allá de la hilera incontable de aquellos reconfortantes pinos de finas hojas verdosas. Decidiste avanzar hasta ellos, pero no lo lograste, pues descubriste que dar cada paso te costaba una vida entera, como si tu mente no supiese, o no quisiese, avanzar en aquella dirección. Los pinos se mecieron al unísono al compás de una suave brisa que en realidad no existía, y que desde luego tú no notaste...
“Incontables cruces de tormento llenaban las dos veredas del cauce seco del Laoent1, los gritos lastimosos de los que de ellas agonizaban formaban un coro que llamaba a la muerte a gritos. El terreno de alrededor se veía rojo, lleno de la sangre derramada por las decenas de miles de aquellos condenados, aquellos orgullosos hijos de la gran Trávaldor que tú habías derrocado en un solo día. No había nada parecido a la lástima ni al orgullo en tu alma, habías hecho lo que debía hacerse. Escuchaste pasos acercándose, Oscuro, el líder de los emisarios de Kaz-Minkú, se acercaba sigilosamente hacia ti.
Desenvainaste a Tormento y a Morgue.
Los pasos sigilosos se detuvieron al instante.
Sin darte la vuelta, le ofreciste a Morgue a aquel cruel y fiel néldor2 que tanta destrucción y dolor había traído al mundo, luego, con Tormento, señalaste a la joven mujer que colgaba de la cruz situada frente a ti. Incluso de espaldas, notaste la incertidumbre y el pánico creciendo en lo más profundo de Oscuro al reconocer a aquella moribunda. Aún así, el más querido de los hijos y amantes de la decadente Madre-Muerte se acercó rápidamente hasta ti, cogió a Morgue y te miró desafiante.
–Hazlo –le dijiste.
El pérfido néldor avanzó y levantó la temible espada.
El hombre tras su oscura piel dudó.
–Hazlo –le repetiste con voz indiferente.
Una pequeña piedra impactó en tu yelmo, al girarte viste a un mocoso de no más de ocho o nueve años, lleno de heridas y con la mirada inundada en odio, de pie allí cerca de vosotros, altivo y orgulloso como un gran rey de la antigüedad, portando a las rastras una espada afilada y brillante que reconociste al momento. Era “Vondkú”, la destructora de la noche, una de las armas más poderosas que los Jueces del pasado habían usado durante generaciones.
Miraste a Oscuro primero, a la mujer luego y al mocoso después.
–Entiendo –dijiste en voz alta.
Luego atravesaste a la mujer con Tormento sin dejar de observar al peligroso emisario que te miraba impávido mientras el niño gritaba horrorizado. Al ver que Oscuro no te decía nada, te giraste furioso y diste un paso hacia el insolente niño, el cual hizo amago de alzar el arma para atacarte, pero finalmente cayó al suelo inconsciente una vez que sus jóvenes y agotadas fuerzas le abandonaron.
–Mi vida por la del niño –te dijo de repente Oscuro hincando ambas rodillas a tierra, soltando a Morgue contra el suelo y elevando ambos brazos en busca de tu clemencia.
Sin darle una respuesta llegaste hasta el muchacho y examinaste su luz con ayuda de tu propio y corrupto don. El raro jarro que habías encontrado hacía poco brilló por primera vez y te mostró el interior profundo de aquel valiente mocoso que había osado desafiarte golpeándote con una insignificante piedra.
Todo el honor de la raza de los hombres llenaba la existencia misma de aquel insolente medio heredero de los Jueces y medio hijo de los néldors.
A una orden tuya, Morgue se elevó del suelo y salió disparada hacia tu mano izquierda. Antes de que Oscuro pudiese hacer nada, clavaste la terrible espada aserrada bien profunda en el corazón del muchacho. Inmediatamente, Tormento salió disparada hacia el peligroso líder de los emisarios, atravesando su coraza y su corazón con la facilidad con la que el viento pasa por entre las montañas. Un humo negro y mortecino brotó de la malvada espada, conectándola al momento con su pérfida gemela, Morgue. El niño se agitó entre espasmos aferrando aún a Vondkú, la espada de los Jueces, al mismo tiempo que el cuerpo y la luz de Oscuro, su siniestro padre, se desvanecían en la nada para siempre.
–Acepto –le dijiste antes de que eso ocurriera...”
Tu primer paso.
Tu voluntad se impuso a todo aquello que tu mente sentía, y tus cansadas piernas embadurnadas de arena abandonaron la seguridad de aquella hermosa playa y sus apacibles olas con aquel primer paso dubitativo. El olor a salitre se alejó de ti a cada zancada que dabas, la arena se deshizo en la nada al avanzar lentamente, como si nunca te hubiese acompañado. Y aunque aquel pinar parecía no tener final, tampoco te importó pues avanzabas movido por una irresistible tentación más fuerte que todo tu ser entero. En ningún momento te preguntaste quién eras, qué hacías allí ni quién te había llevado a aquel extraño lugar...
Te detuviste por un momento, asaltado por una repentina neblina en tu interior, una aguja afilada clavada en el centro de tu alma, pero miraste al cielo y viste de nuevo aquel esplendoroso sol inmóvil y recibiste con gusto más de su auténtica luz.
Ni fría ni caliente ni todo lo contrario.
Solo luz pura.
“La lava que caía del techo a borbotones les daba a aquellos niños recién nacidos un aspecto peligroso y feroz. Paseaste lentamente por entre las cunas de piedra envejecida, buscando con paciencia algo que fuera digno de tu atención, algo que mereciese seguir viviendo. Llegaste hasta el pequeñajo al que los sacerdotes néldors de la temida ciudad sin luz habían hecho la marca de los generales, una profunda herida en la parte interior del muslo izquierdo.
Aún sangraba.
Miraste a aquel escogido con malsana curiosidad, desde que tú y tu hermano fuisteis marcados, no había habido nuevos candidatos a liderar los ejércitos del Inmortal. Supiste al momento el porqué aquellos astutos y lúgubres sacerdotes amantes de la oscuridad y las tinieblas lo habían elegido.
Era fuerte y grande, muy grande, el doble de grande que los demás neonatos allí reunidos.
Te miró con unos expresivos y enormes ojos llenos de un sentimiento que te recordó a la bondad. No había miedo en ellos, solo ganas de vivir. Esos estúpidos sacerdotes seguían ciegos a la verdad de los tiempos que corrían. Decidido a acabar con aquel bebé de noble corazón, lo cogiste de su incómoda cuna de piedra, pero al ir a sacarlo viste que su mano izquierda estaba fuertemente sujeta por otra mano pequeña compuesta por cinco frágiles dedos acabados en unas sucias, cortas pero ya putrefactas uñas. Estiraste con más fuerza y levantaste al futuro general que tú nunca dejarías que fuera. Ante tu sorpresa, aquella mano frágil no se soltó, sino que siguió aferrada con todas sus fuerzas a las de su hermano de cuna. Miraste al bebé que había logrado tal proeza, colgado a volandas y sujeto tan solo por la mano de su grandullón hermano.
Era una niña.
Un curioso mechón de pelo se le metía por uno de sus pequeños y decididos ojos negros, pero aunque estaba claro que eso le molestaba, aquella pequeña no pensaba soltar al otro por nada del mundo. La miraste a los ojos dejando en paz al otro bebé, devolviendo a ambos a su incómoda cuna de piedra. Aquellos pequeños ojos te devolvieron la mirada envueltos en un brillo oscuro primero y dorado después, pero no había ni miedo ni rencor en esa criatura, solo una voluntad firme y decidida como la del tiempo inexorable que todo lo envuelve. El raro jarro brilló nuevamente al percibir tu auténtico deseo interior, instándote a alcanzarlo.
–Quemad al resto, estos dos servirán para mis sacrificios personales –ordenaste a la decena de sacerdotes néldors que te esperaban afuera de aquella cámara.
Sin esperar su respuesta, saliste de allí con una idea clara en mente. Sabías el lugar perfecto para ocultar a aquella luz pura que habitaba en el interior de la frágil criatura que, de nuevo, aferraba la mano de su grandullón hermano con decisión y firmeza. No solo eso, era el momento de transmitir a aquella fea, flacucha y mocosa niña recién nacida el poder de Elf que se ocultaba en ti desde tu nacimiento.
Era el momento de engañarlos a todos.
Luz pura, por fin...”
Aquella luz pura te motivó lo suficiente para dar el siguiente paso, y luego otro, y otro más después, y así hasta que te descubriste a ti mismo corriendo a toda velocidad por aquel pinar inacabable pero reconfortante. Tu corazón despertó al ritmo de aquella carrera improvisada, alegre como un novio al recibir a su prometida.
Como la noche espera su alba.
El sonido juguetón retornó con fuerza una última vez, para nunca regresar, como un primer amor que no quiere comprometerse y aún así te lleva adonde desea. El pinar finalizó y te condujo a una profunda ensenada circular que parecía ser el centro mismo de aquel misterioso lugar por el que viajabas. La ensenada estaba rodeada totalmente por aquellos pinos bajos, como si vinieras de donde vinieses el final de todos los caminos te llevasen a lo que había abajo, al oscuro corazón de aquella ensenada.
Una luz parpadeó en aquel oscuro corazón.
Descendiste sin prisa por un camino formado por unos extraños escalones que parecían surgir de las paredes mismas de la tierra. Aquello te resultó familiar y a la vez extraño, como si fuese el recuerdo perdido de otra persona que hubiese llegado a tu alma inexplicablemente. Aquellos escalones por fin acabaron, ahora estabas en el interior mismo de aquella ensenada profunda. Una oscuridad espesa rodeaba una especie de isla de tierra situada en mitad de aquel lugar, precisamente de allí, de aquella isla de tierra, era de donde la luz intermitente surgía.
Un faro en mitad de la nada.
Al intentar encontrar el camino que te llevaba a aquel faro de esperanza, tu mente casi se derrumbó. El camino te había conducido hasta un foso de nada que no parecía tener final y que era infranqueable para alguien como tú.
Alguien sin corazón.
Por eso te hiciste la pregunta que solo tiene una respuesta.
“¿Cómo avanzar a través de la nada?”
“Frente al acceso al Daño de Válruz, bajo la atenta mirada y los cánticos místicos y obscenos de los cientos de aquellos sacerdotes néldors que aún moraban en Kaz-Minkú, la sombra de la perenne nube bajo la que el Amo Inmortal gobernaba y preparaba Su retorno se iluminó por completo.
Las fauces depravadas del Mal rugieron en forma de monstruosos truenos que lo inundaron todo.
Allí, aquel día, tu Señor te habló solo a ti.
–Ciegos. Algo despierta, el velo cae y yo me alzo de nuevo.
–Sí, mi Todopoderoso. Tu voluntad no puede quebrantarse jamás –le juraste alzando tu rostro y tus manos hacia los agitados cielos desde los que te había convocado.
–Mira lo que solo yo puedo ver, siervo mío.
Entonces tu mundo cambió por completo, ahora tú eras el cielo y todo lo demás tierra. Nada de lo que veías se alzaba por sobre tuya, ni la más gigantesca de las cumbres ni la más alta de las nubes.
Tú eras todo.
Una luz brilló en el sur, cerca del mar, en un lugar que a tus ojos influenciados por el kradparuná3 absoluto que el Inmortal compartía contigo le pareció un cementerio lleno de sombras y escombros abandonados. La luz se alzó y dejó escapar un fuerte grito que hizo que hubieras de volver tu rostro hacia otra parte, cuando por fin pasó, bajo ella había dos figuras. La primera era la de una hermosa mujer recostada que destellaba una luz menguante, y la segunda era la de un rollizo hombre tumbado en el suelo, agonizante y a punto de morir también.
En los ojos del varón solo había lágrimas y amor.
–Escucha, siervo mío, algo más fuerte que nosotros.
Los oídos que todo lo oían de tu terrible Amo y Señor llevaron hasta tu mente la conversación que allí tenía lugar. El moribundo hombre suplicaba desesperado a la luz poderosa. Su voz era un sentimiento que nunca antes habías tenido la oportunidad de escuchar de aquella manera.
Uno puro.
Real.
–¡Lura! ¡Lura! –gritó desesperado el hombre, pero la mujer no contestó nada–. No me dejes, no lo hagas. Milady, os lo suplico, Por favor, no...
–El destino de la dama del Sur es más importante que el nuestro –habló ahora la misma poderosa luz con una voz como la del trueno. Sin embargo, la voz parecía hablar consigo misma y no con aquel mortal–. Pero nuestro cometido es el único medio de derrotar al Amo de la Muerte.
–Necios –fue la rápida respuesta que el Mal dijo a aquello con un tono mitad burla mitad desprecio.
–¡Ayúdala! –le rogó aquel regordete hombre a la luz. Estaba claro que no sabía en realidad a quién le estaba realizando aquella súplica. Insistió poniendo el corazón en ello–: ¡Por favor! Seas quién seas, ¡ayúdala! Te lo ruego, por favor...
Tras un angustiante momento de silencio, la voz de trueno de aquella luz insolente regresó:
–Elige, su vida o nuestro destino.
–Te lo suplico, ¡sálvala! ¡Sálvala, por favor! –fue la respuesta de aquel angustiado hombre siguiendo sus sentimientos más honestos.
–Somos aquel que encuentra. Pero eres tú quien debes elegir, ¿su vida? ¿O el destino de los Instructores?
–¡Elijo a Lura! ¡La elijo a ella! Lo demás... no importa.
–Algo de verdad en este mundo oscuro –fue el último pensamiento que tu invencible Amo y Señor te dejó escuchar aquel día. Solamente añadió–: Amor, pues el amor siempre es la respuesta, ¿no crees, Naam, hijo mío?”
Sí, fue eso, la respuesta era el amor...
Así que, al igual que aquel hombre enamorado, diste un paso al frente en dirección a una nada infranqueable, tal y como quien está enamorado declara sus más intensos y profundos sentimientos sin saber si será correspondido o no.
Un paso de fe.
Un acto de esperanza.
Un sueño de amor.
Tus pies avanzaron seguros por sobre aquella densa nada de oscuridad que amenazaba con engullirlo todo, hasta que por fin llegaste a aquel trozo de tierra situado en el oscuro corazón del mundo que ahora era tu mundo.
No había mucho que ver, tan solo un edificio bajo, no muy amplio, con una pequeña puerta de madera cerrada a cal y canto gracias a un extraño cerrojo forjado con un material verdoso y con la forma de un pétalo de flor cayendo. Sobre aquella planta baja, un faro de unos seis o siete cuerpos de altura se alzaba majestuoso, dejando escapar una luz cada vez más débil a medida que giraba sobre la cúspide del faro.
El tiempo de la luz se acababa.
La nada estaba lista para alzarse y devorarlo todo.
Extendiste tu mano derecha hacia el pomo, pero como acertadamente temías, sin la llave adecuada aquella peculiar cerradura jamás te dejaría acceder al interior del edificio.
“Las olas del mar rompían con fuerza contra la costa y los escarpados acantilados que defendían la tierra del Norte de su furia. Allí, en uno de los extremos más septentrionales de toda la Tierra Viva, entre las desembocaduras de los gélidos ríos Krádnuj y Minoig, habías encontrado enterrado en la nieve, casi a punto de caer al enfurecido mar, el cofre sagrado en el cual, no tenías forma de saber quién, cuándo ni por qué, habían ocultado con tanto mimo tu raro jarro. La única pieza no bélica que había sobrevivido a la destrucción del Primer Hogar.
El cofre permanecía en el mismo lugar en el que lo hallaras y desenterraras, justo en el borde de uno de aquellos letales acantilados. Aferraste el raro jarro con fuerza y lo activaste sabiendo que aquello te daría un breve momento de soledad que ni el mismísimo Inmortal podría romper. En cuanto lo hiciste, lanzaste el cofre al mar de más abajo con una suave patada. Acto seguido, usaste tu corrupto poder para seguir su fatal caída. Cuando el cofre impactó contra el mar, las olas furiosas lo llevaron al interior del mismo, devorándolo con celeridad. Viste como el cofre se quebraba en miles de diminutos pedazos que rápidamente se rompieron a su vez en miles más, y así hasta un infinito que lo hizo desaparecer para siempre.
Nada, por muy resistente que sea, derrota al tiempo.
Y entonces el mar se abrió de par en par, dejando escapar un reguero de fuego y humo que hizo que todo brillase rojo en un instante. Te concentraste y viste que, más allá del reguero de fuego y humo, en lo más profundo de aquel mar indomable, un corcel negro de crin rojiza y su jinete cabalgaban alegres rumbo al Oeste.
Su rumbo era tu camino.
–Hermano, ¡escúchame! Tengo noticias de la niña –la voz sin alma de tu perverso hermano néldor, el general Krutt Hej'Ari, interrumpió de golpe aquella magnífica visión.
–Te escucho, mi hermano –le contestaste usando el potente vínculo que os unía gracias al kradparuná sombrío que ambos tan cruelmente dominabais.
–El heredero intenta escapar de su destino –te informó tu hermano de nacimiento con un tono de voz mucho más grave de lo normal.
–¡Atrápalo! No debe huir. Intentará llegar a Valgora. Si lo consigue antes de que el Mal retorne, podría llegar a sernos una amenaza.
La verdad era que aquello fue para ti toda una señal.
–Lo sé, mi hermano. Él no debe de estar muy lejos. No va solo, dos le acompañan. Ninguno conoce el verdadero camino de huida. Él ni siquiera llega a entender hasta dónde alcanza su insuperable poder.
–¿Cuál es tu plan?
–Convocar a los apresadores y hacer que ellos lo atrapen, mi hermano. Ahora que el tiempo previsto para que Él retorne se acerca, el heredero debe volver a Kaz-Minkú. No dejaremos que se convierta en una amenaza –te aseguró lleno de rabia Krutt Hej'Ari.
Debías calmarle, contentarle con algo.
Debías engañarle una vez más.
–Recuerda, mi hermano, que Él lo querrá ver con vida, así que prevén a los apresadores para que no cometan una estupidez. Déjales claro que si no nos lo entregan con vida no habrá recompensa. Solo recibirán dolor.
Una media verdad medio mentira, tu especialidad.
–Así lo haré, mi hermano. Hay otro asunto que debemos considerar con detenimiento. Uno de los que le acompaña podría ser una... molestia –el general néldor de Valtra dejó de hablar y te hizo llegar sus pensamientos y sus sentimientos.
Te mostró a un joven príncipe de rostro pecoso, mirada inquieta y un indomable poder interno.
El jinete de tu visión.
Así conociste a Akar, tu Áknador.
Nuestra esperanza.
Tras un corto silencio, dejaste que tu gélida y ahogada voz se oyera nuevamente a través de la escarcha sombría que se formaba siempre al usar el vínculo que os unía.
–No debemos preocuparnos. El Mal tiene grandes planes para él. –Tras un breve silencio, añadiste–: Que los apresadores hagan lo que quieran con el tercero. Pero en cuanto al heredero, Él debe ser llevado con vida a Válruz. Muerto supondría una amenaza aún mayor tanto para nosotros como para nuestro... Amo.
De alguna manera, sabías que eso no sucedería, ¿verdad?
–Entiendo, mi hermano.
–El Mal nos guiará hasta la victoria final, mi hermano. Kárindor será nuestra o desaparecerá –te despediste dejando ver un odio y una crueldad desmedida.
Y en aquella maldad, no había nada que fuera mentira.”
Una llave negra y rojiza, cuya parte final semejaba la cabeza de un esbelto corcel, había aparecido de la nada envuelta en unas furiosas llamaradas. Sin demasiados problemas, domaste aquel fuego y la hiciste rodar, abriendo al momento la extraña cerradura que te mantenía fuera de la planta baja de aquel misterioso faro de luz menguante.
Debías apresurarte, el tiempo se acababa.
Abriste la puerta abandonando a su suerte tanto al candado verdoso con forma de un pétalo de flor cayendo, como a la llave de fuego con forma de corcel, y pasaste al interior de aquel peculiar edificio.
Ese era tu destino final.
A todos nos aguarda uno.
Una vez en el interior te diste cuenta de que tan solo había una única estancia, llena de estantes y armarios abarrotados hasta los topes de libros, pergaminos, rollos, volúmenes y toda clase de escritos amarillentos, viejos y sucios. Había un pequeño mostrador al final que también estaba repleto de más de aquellos libros viejos, leídos y releídos. Te acercaste curioso observando algunos de aquellos libros y hojas sueltas, pero la escritura, aunque familiar, te resultó indescifrable.
No eran para ti.
No hablaban para ti.
Llegaste al mostrador y sentiste el desánimo y el desasosiego creciendo en tu corazón, lo cual te dejó agotada el alma al instante.
Hacía mucho que tu corazón no latía.
Sin saber cómo, aferraste uno de aquellos libros, un feo tomo no demasiado bien encuadernado y que claramente había sido manoseado una y mil veces. La portada tenía un dibujo tan desgastado que apenas dejaba intuir algo parecido a unos árboles y una luz de fondo. La contraportada estaba ennegrecida y agrietada. Lo abriste y dos palabras llenaban la página arrugada con la que daba inicio aquel viejo libro.
“NAAM”, decía la primera.
La segunda debía ser ese mismo nombre en un idioma que no reconociste, tu nombre actual en el idioma que ahora hablas. Escritas ambas de tu puño y letra, como reconociste nada más verlas.
“Una voz te sorprendió con aquel extraño tomo entre tus manos. La voz parecía la tuya, pero era muy diferente, como si mil millones de vidas te hubiesen pasado por encima y hubiesen calmado todo tu odio, todo tu sufrimiento. Por alguna razón inexplicable no pudiste dejar de mirar aquel tomo para ver al dueño de aquella voz y de aquel extraño lugar al que habías arribado.
–¿Un viajero? ¡Excelente! Pero creo que tú y yo ya nos conocemos, ¿no? Bueno, tanto da. Supongo que estás aquí por lo mismo que la última vez: aventuras, aventuras y más aventuras ¿verdad? Sí, sí, sí, por supuesto que es eso... ¡Ah! Veo que ya has hecho tu elección. Déjame ver, anda... –alzaste el tomo en dirección a la voz, pero seguiste sin poder mirarlo a la cara– ¡Vaya! Así que “El Regreso del Heredero”, ¿eh? No es poca cosa lo que tienes entre manos...
–¿Qué me espera? –le dijiste en voz baja, temeroso de oír la respuesta.
–¿Qué que te espera? Ay, viajero. Si yo te contara... ¿Leyendas? Una como pocas... ¿Un mundo nuevo a descubrir? ¡Claro, amigo mío! ¿Anillos, señores, tronos y juegos? Bueno, eso son otras historias pero...
–¿Habrá más muertes? –preguntaste cansado de todo aquello.
–¿Qué si hay batallas, traiciones, diversión? ¡Me ofendes, la verdad! ¿Cómo has podido olvidar lo que es Kárindor en realidad? No sé por qué me sorprendo cada vez que me haces esa pregunta...
–Busco, busco... –de repente se te había olvidado aquella palabra clave. Alzaste la cabeza por primera vez mirando al amo y señor de aquel faro en mitad de tan oscuro corazón, y como no te sorprendió descubrir quién era, añadiste rápidamente y con un susurro casi infantil–: Busco..., “eso”.
–¡Ah! Sí, también hay algo de “eso”. Al fin y al cabo, ¿qué sería de una historia sin “eso”? El amor lo es todo, viajero. Todo. Pero bueno, creo que será mejor que no te diga mucho más. No quisiera estropearte la diversión. Si tienes paciencia, lo verás por ti mismo. Y puede que por fin recuerdes. Ahora guarda silencio. No hagas ruido. Todo está en marcha otra vez. El Daño del Norte resurge. El mundo está a punto de cambiar. ¿De verdad no lo ves? La cacería ya ha comenzado.
–¿Cacería? ¿Qué cacería? –preguntaste en un acto reflejo.
–¿Cómo que qué cacería? –al ver que hiciste intención de moverte, el otro se alteró y te detuvo–: ¡Shhh! No hagas tanto ruido o la “bestia” descubrirá a nuestro joven príncipe y tú nunca podrás volver a... En fin, viajero, aquí te tengo que dejar. Y a ver si esta vez por fin no olvidas que cada sueño es una realidad por vivir –el rostro del otro te devolvió una clara sonrisa que te hizo sonreír a ti a su vez. Luego añadió misterioso–: Este es el viaje de tus sueños...”
Luego no supiste lo que pasó, pues comenzaste a devorar aquel extraño tomo y la historia que te contaba. Un primer rayo de sol se filtró por una pequeña ventana triangular que antes no estaba allí, el alba había llegado contigo a aquel sombrío lugar.
Antes de que te dieras cuenta, el libro llegó a su fin.
“–¿Ya está? –te sorprendió de nuevo el amo del faro hablando desde el otro lado del mostrador–: ¡Vaya! Esta vez te has dado prisa en recorrer el camino. ¿Aún no lo recuerdas? ¿No? Ay, mi querido amigo, mi querido viajero, ¡tienes tanto por descubrir todavía! Supongo que querrás saber como sigue la historia, ¿verdad? No sé si debería contarte más...
–¡Hazlo! ¡Hazlo de una vez! ¡Necesito saber! Lo necesito...
–¡Vale, vale! No te pongas así, voy a buscar el segundo tomo. Pero, ¿seguro que estás preparado? Pusiste muy mala cara cuando tu rostro se reflejó en aquel viejo espejo de bronce, allá en tu antigua tienda de...
–Eso... hace mucho que eso dejó de ser tu problema, ¿verdad?
–Tienes razón. No es asunto mío, no, ni mucho menos. A ver, a ver... ¿Dónde está? La última vez te dije que cuando acabaras lo colocases en su sitio. ¡Siempre igual! Bueno, voy a ver si lo encuentro, ¿de acuerdo?
–¿Tardarás mucho? Siento que debo darme prisa.
–No, no. No tardo. Te lo prometo. Tú solo ten paciencia, viajero, y verás de nuevo el camino. Al fin y al cabo, está hecho desde hace mucho tiempo. Solo tienes que recordarlo. ¡Ah! Creo que ya se dónde puede estar ese dichoso tomo. Voy a traértelo, amigo mío, pero... –al ver tu mirada inquieta y dolorida, añadió para sí mismo–: Bueno, bueno, está bien. Menos hablar y más buscar. Como tú quieras. Por supuesto, este es tu viaje. Es tu sueño... Y recuerda, cuando acabes de leerlo, colócalo en su sitio.”
Tras un buen rato que no supiste concretar, escuchaste pasos al otro lado del mostrador, resultaba que había una pequeña puerta triangular de madera tras él que no habías sido capaz de ver hasta ese momento. La voz del amo del faro sonaba alegre al otro lado mientras se acercaba a ella:
“–¡Ay viajero, mi querido amigo! ¡Aún tienes tanto que recordar! Sí, sí, El Regreso del Heredero y todo lo demás, todo lo que te trajo a mí desde tan lejos... Sé que piensas en ese joven príncipe y su hermoso corcel de fuego... ¡Sí! ¡Eso es! Veo que ya empiezas a recordar... Prepárate para descubrir... –como leyendo tus pensamientos, exclamó algo decepcionado–: ¿Cómo que el qué? ¡Todo! Ya sabes, el asombroso viaje del príncipe, los inesperados compañeros que le ayudaron, las sorprendentes tierras que visitaron, los crueles enemigos que les persiguieron, las alucinantes aventuras que vivieron... ¡Y mucho más!
La puerta se comenzó a entornar y la sombra de aquel misterioso ser apareció antes que su propio cuerpo, la voz siguió hablando alegremente:
–El Mal buscando resurgir. Ciudades en llamas. Criaturas de leyenda despertando. Traiciones y traidores. Batallas dignas de ser contadas una y mil veces. Y Kaz-Minkú y su crueldad... –debió de percibir que, de alguna manera, aquello había hecho que tu corazón se encogiera al recordar un recuerdo frío y doloroso, porque rápidamente te dijo–: ¡No, no! No te pongas triste, mi querido amigo, mi querido viajero. Todo tiene un porqué. Incluso tu infinita maldad.
Como movido por unas manos invisibles, un nuevo tomo apareció sobre el mostrador. Al verlo, supiste al instante que ese era el libro que buscabas.
–Lo sé, pero no sé el porqué –es todo lo que dijiste al verlo.
–¿Cómo dices? ¡Ah! Entiendo. Sí, claro, sigues buscando respuestas. Pues recuerda a aquel rechoncho emperador de noble corazón y recuerda a la misteriosa dama del Sur. Recuerda su amor... y encontrarás las respuestas. Pues el amor siempre es la respuesta –al oír aquello por fin te decidiste a coger el nuevo libro y lo abriste por su primera página–. Ahora te tengo que dejar otra vez, tu historia vuelve a estar en tus manos. Pero si crees que es mejor que no... –pasaste la página ignorando sus advertencias sin sentido–. Vale, vale. Es verdad, ¿quién soy yo para decirte nada? Al fin y al cabo, este sigue siendo el viaje de tus sueños...”
Cuando por fin la voz se apagó, un esplendoroso sol de mediodía se filtró voraz por la pequeña ventana triangular que iluminaba aquel oscuro rincón de tu alma, acompañándote a cada página que leías, hasta que, finalmente, no quedó nada de aquel tomo oculto a tus ojos. Deambulaste por aquella sala repleta de historias olvidadas dejando tirado en cualquier parte aquel sombrío volumen del pasado. Después de un rato, regresaste al mostrador, tal y como esperabas, él estaba allí.
“–Sí, eso es, mi querido amigo. Sé lo que piensas, sé que...
–Me equivoqué –le confesaste sin tristeza alguna ni remordimiento.
–Bueno, puede ser, pero lo hecho hecho está, como suele decirse, ¿no? Pero creo que... no, no pongas esa cara. ¡Ay viajero! ¡Mi querido viajero! Es normal que aún no lo recuerdes. Ya te lo dije. Ya te advertí que el camino estaba hecho desde hacía mucho tiempo. Al fin y al cabo, ¿quién desea recordar el dolor de cada error, mi querido amigo, quién? Aunque es por eso que viniste a mí, ¿cierto? ¿O fue por otra cosa? En fin, tal vez sea mejor dejarlo aquí y...
–¡No! Debo... ¡debemos seguir! He... hemos de recordar. ¿Sabes dónde está su final?
–¡Vale! ¡Vale! Claro que sé dónde está el tercer tomo: justo dónde está el final de tu historia. ¿Cómo iba a perderlo mi querido amigo? Fuiste tú el que me dijo que lo escondiera la última vez que viniste a mí.
–¿Eso es posible? ¿Puede hacerse desaparecer lo que ocurrió? –preguntaste haciéndote unas rápidas y pasajeras ilusiones.
–¿Cómo dices? ¡Ah! ¡Si fuera tan fácil! Bueno, ya da igual. Si has llegado hasta aquí ya es hora de que recuerdes. Ya es hora de que entiendas. Mi querido amigo, todo lo que soñamos crea lo que somos. Eso lo aprendí de ti, hace ya tanto tiempo que ni recuerdo el día que fue –golpeaste furioso el mostrador con tu puño izquierdo haciendo temblar el entero edificio–. Sí, amigo mío, tienes toda la razón, no debería dar tantos rodeos. Pero es que cada vez que llegas al final hay algo en ti que, ¿cómo te lo diría yo? Hay algo en ti que... ¡que cambia! ¡Eso es! Cambias cada vez que recuerdas tu dolor. Y no deseo que lo que eres ahora cambie jamás. Porque no hay nadie como tú, mi querido viajero. Nadie. –Hablando consigo mismo otra vez, añadió–: Bien, basta de cháchara. Basta de excusas. Voy a buscarte ese dichoso tomo final y que pase lo que tenga que pasar. Porque este siempre será tu viaje... Siempre será tu sueño...”
No supiste cuánto tiempo tardó el amo del faro en regresar con aquel dichoso volumen final, pero debió de ser una eternidad, pues cuando su voz regresó te habló como si hiciese todo ese tiempo que no te hubiese visto:
“–Mi querido viajero, ¡qué alegría volver a verte! Después de todo lo que pasó, de todo lo que recordaste...
–No sé si ahora ya puedes entenderme –le dijiste comenzando a comprender quién era en realidad aquel misterioso ser.
–Sí, te entiendo, te entiendo mucho mejor de lo que crees...
–¿Qué me... qué nos espera?
–¿Cómo dices? ¡Ah, sí! Pues en este tomo final lo que descubrirás es que tú y yo, en verdad, somos lo mismo... ¡Claro que hay más! Amigo mío, el heredero ha regresado y no es ni quien tú crees ni quien los demás ven.
–¿Me... nos dirás por fin quién es?
–¿Decirte quién es? No, querido viajero, lo siento pero no, eso solo puedes saberlo despertando de tu sueño... –entonces le arrebataste el tomo que sujetaba con aquellas manos invisibles y comenzaste a leerlo por su primera página. La voz pareció alegrarse de aquello, ya que te dijo–: Sí, sí, sí ¡menos palabras y más acción! Por eso eres tan especial, amigo mío, porque no te conformas como los demás. Y por eso estás aquí conmigo.
Antes de pasar aquella primera página sentiste un súbito escalofrío, un mal presagio, por eso miraste a los ojos siniestros de aquel misterioso ser del cual ya sospechabas su identidad, los cuales permanecían envueltos en una espesa y apagada neblina impenetrable. Leyendo tus pensamientos, el otro te aclaró divertido:
–¿Que qué verás? ¿Que si hay nuevas aventuras, más traiciones y mentiras, batallas épicas, criaturas de fantasía y todo eso? Ya sabes la respuesta a esa pregunta. Ya sabes que por supuesto que sí. Pero te conozco, viajero, y sé que no es eso todo lo que buscas... no, no te avergüences, tú mismo me dijiste un día que eso "lo es todo". Sí, el amor, buscas el amor, ¿verdad? Lo recuerdo bien, muy bien... "El amor es la respuesta". También son palabras tuyas... ¡espera! ¿Lo oyes? ¿Oyes la expectación de los miles y miles de corazones que están a punto de conocer al heredero? ¿Oyes la maldad y la oscuridad creciendo en Kaz-Minkú? ¿Oyes el Daño del Norte? Prepárate mi querido viajero, mi querido amigo, pues antes de la noche siempre llega el ocaso y, con él, la luz del sol nos abandona y nos enseña la verdad. La verdad de lo que es este viaje increíble. El viaje de tus sueños...”
Agachaste la cabeza sumiso.
Y pasaste página.
A través de la pequeña ventana triangular, la luz del sol se escondía abandonando aquellas misteriosas tierras imperecederas. El ocaso te acompañó mientras leías, al final, al llegar a la última palabra, supiste sin duda alguna que te habías engañado a ti mismo, por eso no te sorprendió lo que aquella voz te confesó al regresar de nuevo:
“–Lo sé, amigo mío. Sé bien que te he mentido. Que te prometí que este tomo era el último tramo de tu viaje. Mi querido viajero, entiendo que...
–¡Tú y yo somos lo mismo! –te gritaste a ti mismo aferrando del cuello a aquello en lo que te convertirías.
–¡Claro! Sí, eso es, eso es exactamente lo que debías comprender antes de llegar al final de todo. Antes de llegar a mí. Antes de despertar del sueño. Ahora ya sabes que yo nunca descuido jamás ningún detalle. Si tú...
–¿Por qué así? ¿Por qué es todo tan confuso?
–¿Que por qué dejamos que todo ocurriera así? Supongo que por lo que hacemos todas las cosas en la vida, ¿no? ¡Ay, mi querido amigo, mi querido viajero! Sabes bien por qué lo hicimos. Sí, eso es. Dilo en voz alta conmigo, no dudes, no tengas miedo.
–Lo hicimos por miedo –te dijiste.
–Lo hicimos por miedo –te contestaste. Comprensivo contigo mismo, te consolaste–: Debes de tener ganas de soltarlo todo y dar un...
–¡Escóndelo! Guárdalo donde no pueda volver a encontrarlo nunca –te pediste a ti mismo devolviéndote aquel tercer tomo final que no era el final de nada ni de nadie.
–¿Guardarlo? ¡Claro! ¡Por supuesto! Recuerdo bien que... eso fue lo que pasó la última vez. Pero sí, no te preocupes, guardaré este dichoso “tomo final” donde nadie pueda encontrarlo. Hasta que regreses a mí el día de... –calló de repente, luego añadió anticipándose, o más bien recordando, cada una de tus dudas y preguntas–: ¡Ah! ¡Cuánto dolor! ¡Cuántas mentiras! Escucho lo que piensas y lo siento en mi interior. No te pido que me perdones, amigo mío, sino que te perdones a ti. ¿Qué? ¡Ay! Si supiera contarte esto de otra manera, si hubiera otra forma más allá de las mentiras y el dolor ¡claro que ya lo habría hecho! Pero no, mi querido viajero, no hay otra forma de... No, no lo dudes, yo... ¿cómo dices? ¿Que cómo acabamos aquí? De eso va el final de todo. Pero amigo mío, mi querido amigo, no es el cómo lo que nos importa, sino el porqué. Siempre es el porqué. Ahora estarás un tiempo que me odiarás con todo tu ser... ¡sí! ¡claro que tienes razón! Te mentí y me odias. Pero eso te trae a mí nuevamente... No, no sé cuánto tardarás en volver. Ni sé cómo lo harás. Incluso hay cosas que yo no recuerdo de aquellos días que ahora son tus días, mi querido viajero. Pero ten una cosa clara, amigo mío, tú regresarás a mí tal y como yo lo hice antes que tú. El dolor a no saber lo hará por ti.”
Diste media vuelta y saliste de aquel maldito lugar lleno de confusión, miedo y mentiras.
Tenías claro que jamás regresarías allí.
¡Jamás!
“–¡Sí! ¡Sal por esa puerta y cierra esta historia! ¿Es eso lo que quieres, verdad? Claro que sí, amigo mío, eso es lo que yo hice. Si no lo hicieras, si no te fueras, nada de esto tendría sentido, pero cuando vuelvas, que lo harás, tu sueño te hará despertar y tú y yo seremos lo que siempre debimos ser. Lo que siempre fuimos. El heredero. Ya sabías que este siempre fue tu sueño, pero ahora ya sabes que siempre fue mi pesadilla...”
Al salir te olvidaste de cerrar la puerta de acceso a la planta baja del faro, en el suelo frente a ella la llave negra y rojiza con forma de corcel seguía ardiendo en llamas, puesta en aquel extraño cerrojo forjado de un material verdoso y con la forma de un pétalo de flor cayendo. Miraste al cielo, donde aquel ocaso no acababa jamás, donde ni estrellas ni luna llegaban jamás a alzarse. Al final, el dolor de no saber recorrió todas tus venas y se convirtió en tu sangre. Finalmente, tal y como te habías dicho a ti mismo, regresaste como el heredero que eras de aquel sueño convertido en pesadilla al que te habías entregado por completo.
Sí, todos tenemos un destino en esta historia.
Cruzaste la puerta con paso decidido, saltaste por encima del mostrador tirando un par de viejos libros que a nadie le importaban, te agachaste para pasar por aquella pequeña puerta triangular que había tras el mismo, y subiste al piso superior del faro por unos extraños escalones idénticos a los de la ensenada circular que lo rodeaba. Al llegar arriba, solo había oscuridad y una mesa iluminada con una pequeña y rara lámpara, que más parecía un jarro de mano que otra cosa, y que destellaba una luz menguante que se deslizaba constantemente por el amplio ventanal circular del faro que se alzaba en lo más profundo de nuestro oscuro corazón.
Sobre la mesa había un viejo tomo.
Desesperado, lo abriste por su primera página, preparado para acabar con todo de una vez y para siempre. Al hacerlo descubriste que junto a la mesa había un peculiar espejo de bronce en el que se reflejaba tu rostro con retorcida claridad.
El auténtico rostro del Mal.
Y allí estaba yo, la otra parte de tu existencia que te había acompañado durante todo aquel viaje o pesadilla y del que ya solo quedaba una última noche. Allí me viste y te viste, y puede que te preguntes quién soy, ¿verdad? Pues entonces debes ir ahora mismo, en este preciso instante, en busca de un espejo que refleje tu alma y tu corazón, que explique tus intenciones, deseos y pasiones, y verás mi aspecto actual.
Verás lo que serás.
Te verás a ti.
Puede que veas un joven con unos extraños artilugios parecidos a unas orejeras metálicas tirado sobre una cama deshecha desde hace días y con las paredes de su habitación recubiertas de unas pinturas rebosantes de color y alma. O puede que veas a una cariñosa madre cuidando de su pequeño recién nacido mientras este duerme tranquilo bajo la seguridad que solo puede tener quien es inocente de todo. Aunque en verdad ese peculiar espejo de bronce ocultaba tras su retorcido reflejo a todas esas personas y a muchas más, todas ellas unidas por un mismo viaje.
Tu destino.
Que es el mío.
Y es el suyo.
“–¿Qué vendrá? –fue nuestra única pregunta a todos aquellos aventureros y viajeros.
Su voz muda nos dio la respuesta que ansiábamos desde que abrimos los ojos en aquella playa virgen, hacía ya tanto tiempo que casi ni lo recordábamos:
–La noche4.”
...más allá del tiempo, la distancia y los recuerdos.
1 Ver anexo: “Sobre Kárindor”.
2 Ver anexo: “Sobre los Pueblos de la Tierra Viva”.
3 Ver anexo: “Sobre el Kradparuná”.
4 Desafío del autor= Los sucesos sucedidos en la noche de la kradmuitcó (literalmente: “la de las muchas muertes”) que se narran en los capítulos II al IX de este libro suceden al mismo tiempo y, por tanto, pueden leerse en cualquier orden y no necesariamente en el que aparecen aquí listados. ¿Te atreves? Crea el final de tu viaje de ensueño como tú quieras...
TEMBLABA como el cobarde que era, miraba asustado a todas partes como la rata callejera que en realidad tenía por corazón. Un sudor frío le caía por la frente a chorretones, su cuerpo se quejaba de dolor por demasiadas partes, su alma no era suya. Allí, tumbado sobre el suelo de cualquier forma, con la mirada perdida en el infinito, vio como la luz del día era sustituida por la oscuridad creciente de una noche que se teñiría de rojo sangre en breve. Desde lo alto del zigurat en el cual había “dirigido” el cuórum, Tesal lloraba.
Lloraba, porque no era nadie.
“Comanda a mis tropas del Oeste.”
La orden resonó brutalmente en su conciencia, rebotando como una piedra que cae a un barranco sin final. No quería hacerlo, no deseaba hacer nada más, pero se levantó como pudo y se escabulló por una de las cuatro escalinatas principales del zigurat, los otros estaban demasiado ocupados para preocuparse por un nadie como él.
–¡¿Dónde están?! ¡¡¿¿Dónde están??!!
La amenaza letal que había tras aquella pregunta le llegó con total claridad, al menos eso le hizo sonreír. Ese estúpido, estúpida... bueno, lo que fuera Ávatar, tendría su merecido. La voz de la nadoriana sonaba como la furia de una diosa al preguntar aquello.
Sintió una fría punzada en el corazón y supo al instante que debía apresurarse.
Él no era nadie.
Debía obedecer.
Ese era su destino.
Mientras descendía por una de las cuatro anchas escalinatas de acceso al zigurat, vio como una marea de jinetes y corceles se aproximaba desde el suroeste, barriendo la sección frontal de las tropas que se le habían encomendado. Un grupo de aquellos osados enemigos se había adelantado al resto avanzando en línea recta hacia aquella antigua torre escalonada pero, por suerte para él, calculó que tendría tiempo suficiente para abandonarla antes de que llegasen.
“¿Cómo me han hecho esto a mí?”
“¿Cómo se han atrevido a...?”
La punzada retornó, él no era nadie.
“Sí, sí, sí... ya llego a ellas, Todopoderoso. Ya llego...”
Mas fue la oscuridad de aquella terrible y aciaga noche de guerra y muerte la que llegó primero, llenando el cielo de truenos y relámpagos, cuando el Amo y Señor del Norte contestó a alguien en la distancia, aunque Tesal supo sin duda alguna que aquel mensaje amenazante no era para él. Impresionado, se juró que no tendría más pensamientos traicioneros hacia su Oscuro Señor, se juró que sería leal al Mal de Norte pasase lo que pasase, se juró que serviría a las tinieblas de Kaz-Minkú por siempre.
“A no ser que...”
Renunció a aquella taimada intención y se concentró en lo que estaba haciendo. La avanzadilla de los recién llegados estaba a punto de alcanzar uno de los accesos al zigurat, demasiado cerca del que él estaba usando para escabullirse. Se detuvo temeroso y, de cuclillas, los observó con más detenimiento. Eran muchos, armados con espadas anchas y escudos pesados, largas lanzas de carga y más de una decena de arqueros. Todos ellos cabalgando con facilidad pese a la oscuridad de la noche y su incierta mirada. Esperó prudentemente y luego, asustado y temiendo que lo descubriesen en cualquier momento, liberó a los dos krádmits y les dio una orden rápida.
–Llevadme allí sin que me descubran –les dijo susurrando las palabras a la vez que les señaló con su lacerada mano derecha las no tan lejanas tropas del Dominio llegadas desde Valgora.
Al momento, las dos horribles criaturas se situaron una delante suya y la otra atrás, agitando impacientes cada uno de sus cuatro brazos, con los cuales portaban ya esas sucias espadas que tanta destrucción habían causado y causarían. Tesal sonrío nuevamente mientras las lágrimas seguían derramándose por sus mejillas como si se tratase de un niño al que acabasen de levantar un castigo injusto.
Esas bestias le obedecían sin replicar.
Pocos “nadies” podían lograr algo así.
“Habrá más oportunidades. Me lo merezco. Me merezco todo lo que me pase.”
Oteó a lo alto del zigurat por última vez y vio como un corcel envuelto en llamas se había adelantado al resto y ascendía a toda velocidad, y muy hábilmente, hacia la cúspide de aquel derruido edificio. Varios hombres a pie le seguían a buen ritmo, excepto uno que parecía estar más rollizo y que se estaba quedando claramente retrasado respecto al resto. El snáuit o caminador de dos cabezas del general Krutt sobrevoló lo alto del zigurat en ese preciso momento, haciéndolo temblar ligeramente. Algunas piedrecillas sueltas y arenisca le cayeron sobre la arrugada y desgastada capa marrón oscura que protegía su piel enfermiza de la dañina luz de un sol que ya no brillaba. El krádmit que iba tras él dejó escapar un sonido desagradable, indicándole que siguiese.
El corcel de fuego y su habilidoso dueño ascendían con la ligereza de los vientos y la fuerza de los mares.
Tesal quedó atrapado por esa visión de leyenda.
Poco después, en cuanto el corcel de fuego llegó a la cúspide, un...